Sunday, October 01, 2006

CALIDAD DE VIDA

El diagnostico está dado y ha sido confirmado
Y aunque no se exactamente cuanto será el día
Se que es poco el tiempo; he sido desahuciada.
Siempre me pregunte qué sentiría, qué pensaría uno
Y ahora se que la vida nunca te puede parecer mas linda.
Que nunca nada toma sentido
Como lo toma todo cuando al final lo sabes
Y entiendes que no habrá más tiempo
Ni tampoco más oportunidades.

Ahora será de decidir si prefiero calidad de vida
O hacerle la lucha a lo que el destino me tiene reservado
Y no se a quien engaño cuando lo pienso tanto
Pues a pesar de saber dar buenas batallas
Se también cuando la guerra esta perdida de antemano
Ocho meses quizás, menos de uno ano, seguro
No está en mis manos cambiarlo
Ni tampoco creo exista medicina
Que nos haga el milagro

Y sin embargo como moribunda en un arranque de energía
Percibo esos meses con instantes preciosos para ser vividos
Momentos que la vida me regala cuando pensé que era tarde.
Escojo entonces Calidad de Vida
Con los ojos cerrados
Con los brazos abiertos
Qé importa si sean tan solo un par de meses!
Se que viviré como soné se podía
Plenamente, intensamente, completamente

Escojo Calidad de vida…a tu lado
Y se que podré refugiarme en tus brazos
Hasta que el momento este frente a nosotros
Podría negarme a sentir de nuevo
Podría negar que he empezado a amarte
Como nunca quise, como no debiera!
Podría negarme a derribar barreras
Y vivir lo que me quede
Sin sobresaltos, celos y nostalgias

Si; ineludible, inalterable, inevitable
No hay cura ni tampoco alternativas viables
He de partir y nuestros caminos habrán de separarse
Por amarte así he de pagar un precio un día
Y tu amor mío, habrás también de pagarlo una tarde triste
Pero igual, con los ojos cerrados, con los brazos abiertos
Extiendo mi mano, recojo la tuya, expongo mi corazón, te entrego mi alma
Y en silencio voto, escojo, decido por calidad de vida
En donde y hasta cuándo la vida misma nos lo permita

Beatriz Illescas Putzeys
Septiembre 29 2006

La Muneca caida

(“Y al sentirse olvidada lloro lagrimitas de aserrín”…)

Esta de nuevo tirada en la orilla, sin vestido y con el pelo alborotado. Su carita sucia toda llena de tierra y sus piernas torcidas en posición extraña. Su cuerpo de trapo, húmedo de la lluvia que nunca llegó a secarse luce mustio y hasta un poco arruinado, talvez por la lluvia esa es que siempre tiene frio aun cuando el sol la roce brevemente.

La gente pasa y algunos la voltean a ver, reconocen en ella que hubo un tiempo bueno, la imaginan recién estrenada, reluciente, con olor a nuevo, con el vestido intacto, con sus zapatitos rojos, con el pelo perfecto y bien peinado y sus enorme ojazos color violeta y su boca fruncidita en forma de beso.

Pero nadie la recoge , para qué si hay tantas mas nuevas, mas bonitas, mas modernas, con nuevas gracias? …reconstruir esta seria dificultoso; lavarla, peinarla de nuevo, conseguirle un nuevo traje que le quede justo, dónde, cómo?, y como ocultarle los pies tan lastimados por la lluvia y por tanto fango que la ha manchado?

Ella inmóvil y en silencio los siente pasar, los mira pasar y a nadie llama. Siente las manos que jugaron con ella, el calor brindado, las caricias perdidas y recuerda las risas que provoco un día…. y recuerda también cuando la abandonaron.

Se deja perder en la memoria del espacio de su caja de nueva y hasta siente el olor tan familiar de ese tiempo donde tras una especie de vitrina cuando era intocable la gente la observaba extasiada, la deseban y sonaban tenerla y ella se encontraba a salvo.

Un brazo le cuelga inerte, y aunque pudiese no quisiera ya estirar sus manos. Las piernas, lastimadas, no podrían caminar de nuevo, ni aunque se les rellenara con aserrín nuevo; lo que las sostiene ha sido dañado y ya no hay repuestos. El pelo se le ha caído y muestra varios hoyos en su cabecita pelada. Y sus pestañas que antes al moverlas batía diestramente, se cayeron en partes dándole un aspecto de asustada, o sorprendida.

La ven tirada y no la ven realmente. Nadie sabe que fue tejida con hilos de oro, nadie mira que su corazón es un diamante tallado y transparente, nadie creería que detrás de esa cabecita a alguien se le ocurrió dotarla con mas de un pensamiento, nadie se ha encargado de pesar su peso de plata, a nadie le contaron que cuando la hicieron le regalaron no solo su exterior hermoso sino por un azar de un capricho le dieron también un interior precioso. Nadie podría creer que un día a ella con un soplo divino le dieron en un alma.

La pobre muñeca caída mira el mundo y lo sigue viendo hermoso, siente la luz atravesar en halos los árboles y cada una de sus sombras y ve el cielo trasparente invitándole a creer de nuevo, siente la brisa alborotar su pelo y recuerda sobre si el despertar de su piel tras besos suaves…el mundo la mira a ella y la ve fea y la ve vieja, y la ve gastada. Y sin valor alguno. Y ella se sabe un poco nueva aun, se siente fuerte aun, se piensa digna aun y aunque eso la llame , le invite a seguir esperando, aferrándose con esfuerzo al ultimo rayo de sol de su última tarde, abandona el aserrín y también los hilos de oro y se deja partir hacia playas mas lejanas y mas tibias, donde quizás alguien con verdad le cante, “Nosotros no somos asi…”

Wednesday, August 30, 2006

Tarde de entierro

Aunque aun es temprano el día parece transcurrir como impávido, como molesto de tener que ser, como lánguido, silente, triste.

Ningún sonido enturbia el sentimiento donde parece que hubiese vida y no la hubiese al mismo tiempo.

Se fue finalmente. Su intensidad abandonó la lucha y partió aburrido y sin más ganas de mi.

Como una tarde de entierro se siente su ausencia, no hay más cascabeles internos que repican cantando a la vida. No hay más retos ni tampoco temores.
Quería mi paz, ahora la tengo de vuelta… pero no es paz feliz, es paz de muerte.

Todo vuelve a ser gris, cansado, solo. Es como si estuviese aquí respirando pero con un corazón ajeno a mi; mío,pero latiendo lejos y a saber ni en dónde.

Se que no debería ser pero es…
se que pasará pero aun no ha pasado…
se que no vale la pena…pero lo he amado y su ausencia pedida duele tanto!

Tarde de entierro...
voy caminando detrás del ataúd de una ilusión que, aunque agoniza, continúa sostenida por esta esperanza necia que se niega a abandonarme…

Los árboles suaves e inclinados parecen saludarme, el viento me susurra que es cierto que esta vez se ha ido finalmente y sabiendo que es mejor así, que no era para mi, el sabor de su distancia sabe y sabrá siempre a tarde de entierro.

Saturday, July 29, 2006

Don Juan Tenrique

Junio 2006

"Hola Beatriz, soy Juan Enrique…."


Pues si, así debo de haber sido Don Juan Tenorio. Nunca me había topado con uno y quizás nunca había permitido que uno se me acercara mucho. Seguramente era mas inteligente antes …pero menos temeraria.

Juan Enrique no camina, se aproxima danzando y hay en su mirada siempre un deje de rebeldía, cargado de picardía, lleno de mucha ternura.
Es un poco insolente y medio tirano; se ofende, desbarata y se aleja pero sobre todo se acerca, y ofrece y da sin que uno pida nada.
Sabe dibujarte con una simple mirada y sabe trazar en esbozos claros lo que uno puede y suena ser un dia
Y es experto en salvar cualquier obstáculo que uno intente poner en su camino

Su desparpajo y descaro son sus mejores armas, con ellas desarma al adversario y luego con una sonrisa totalmente indiferente le devuelve sus armas como diciendo, como diciendo dignmente, son tuyas, no las quiero si tu no quieres dármelas.
Es como creer que una nació malabarista y tiraste al juego de una vez por todas con diez bolas de fuego o cinco cuchillos filosos… al mismo tiempo

Y es que Juan Enrique tiene su encanto. Describirlo es como querer captar un rayo de sol atrevido que atraviesa un día lluvioso solo porque una nube despejo por un instante su densidad cargada de agua.

Si yo soy un lago profundo con agua cristalina y partes oscuras que ni yo misma penetro, el es como la fuerza de todo un océano desbordado, que toma e inunda, si así quiere, cualquier playa solitaria.

Es como una flecha que cruza el cielo claro buscando su blanco, seguro de poder atravesar su centro.

O como un fuerte ventarrón que pasa entre los árboles despojándoles de sus hojas para luego regresar y con ellas montar la danza más sutil que jamás se haya visto.

Y yo soy un árbol. O fui un día el arco.

Es una alma gitana que vaga deleitada perdida en su laberinto sin que le interese buscar la única salida.

Yo soy la voz que canta entre los campos y le dice suavemente, encuéntrame.


El es mil palabras cargadas de silencios,
yo soy mil silencios cargados de palabras.

El prefiere abandonar su carga en cada nuevo puerto que le regale su playa
yo prefiero dejar vagar mi barca por el rio de mi imaginacion plateada


Es el espejismo que encuentra el caminante y que si contiene un pozo
o la manta sobre la arena de una noche estrellada justo antes de que venga la próxima marea

Yo soy el agua escondida del pozo y soy la estrella que aun brilla antes de que amanezca

El es bramido de la tierra, temblor que recuerda que nada es estable...
y yo soy las montanas que erguidas majestuosas se creen invencibles

El es la brisa fuerte que toma por sorpresa a la mariposa en vuelo y la desbalancea toda y le da mil volteretas
y luego la abandona dejándola asustada pero con sus alas mas fuertes y seguras
Yo soy la otra mariposa, la que reposa en una de las flores


El es el grito que susurra que la vida esta hacia delante.
Y yo soy la muralla que intenta detener el eco

Pero se que no ha de darse encuentro firme ni seguro
porque mi voz ya no puede ni desea alcanzarlo
y porque como esencia de viento debe proseguir su camino
hasta que una noche decida retornar cansado
y encuentre finalmente a su propio destino

Yo soy el sueno que nunca fue ese destino

Saturday, February 25, 2006

El Viejito del Predio de la Calle Amsterdam


 AL CORREDOR DE LAS MAÑANAS
“… cuando el hombre se concibe a sí mismo como una criatura, interpreta su existencia en la imagen de Dios su creador; pero tan pronto como comienza a concebirse a sí mismo como un creador, comienza a interpretarla a través de la imagen de su propia creación, la máquina …” Viktor Frankl

La luna empezaba a desaparecerse empalideciendo lentamente. Rayitos tímidos de luz comenzaban a colarse entre los árboles. Se sentía cómodo entre las sábanas viejas. Los perros no se movían aún, lo que significaba que no eran ni siquiera las cinco. Generalmente, era ese corredor jodido, que a saber por qué infortunio se le ocurría trotar cada mañana frente a su propiedad, quien los alborotaba. De otra manera, se mantenían tranquilos y sumisos como él. Con la mirada recorrió el terreno que podía verse desde su ventana… –¿Su propiedad?– se preguntó no sin cierta burla. Se quedó inmóvil, sin hacer ruido, esperando casi sin saberlo, poder escuchar unos pasos que ya no existían. Esas horas, cuando más solo se sentía, eran las mejores para tratar de dormirse de nuevo, pero nunca lo lograba. La soledad se le calaba hasta la médula. Ya no dormía como antes. Últimamente no solo no dormía lo suficiente, sino que los pensamientos se le agolpaban en la cabeza y se desbocaban cada noche en un tropel incesante de repeticiones y murmullos sordos que, de todas formas, no lograba recordar al despertarse. Cada día se sentía infinitamente más cansado, como si la noche le hubiera cobrado los malos recuerdos, como si ese cuerpo no fuera el suyo, como si algo lo estuviera traicionando por dentro, como si alguien con una voluntad diferente a la suya estuviera dirigiendo su orquesta interior. Y no es que deseara echarse una siesta de repente o siquiera sentarse a cuestionarse a dónde iba o de dónde venia. ¡Había tanto que hacer! Pero ese cansancio extraño, necio, incansable y tan ajeno a él, parecía lograr detenerlo. A veces le daban las once, doce de la noche y todavía andaba revisándolas, planeando qué haría con ellas. Cómo las arreglaría o cómo dispondría de ellas moviéndolas por todo el predio. En realidad era todo un estratega, con todos sus análisis y tácticas cuidando de sus máquinas aún cuando muchas veces olvidara si había o no aceitado esta o aquella o dónde había puesto los tornillos que acababa de quitarle a la otra. A veces no se contentaba en pensar solamente en dónde las colocaría y cómo lo lograría, sino que él con sus propias manos las movía deshaciéndose en esfuerzos hasta terminar sudoroso y jadeante y casi a punto de un síncope. Utilizaba, eso sí, poleas y palancas y todo lo que encontraba en los terrenos vecinos que le pudiera servir para moverlas porque ya ninguna encendía. Hacia muchos años ya que se las habían entregado y muchos también desde que todo había empezado a desmoronarse. Una tarde que ya empezaba a desvanecerse en su memoria, sin gran pompa, circunstancia o ceremonia, le indicaron, ya ni recordaba cómo había sido la cosa, que él y sólo él sería el responsable de velar porque nadie se robara las máquinas o hiciera mal uso de ellas. Las máquinas habrían de ser su futuro y su valor sería incalculable. Y la verdad, efectivamente lo fueron por muchos años, pero en algún momento quién sabe por qué razón, poco a poco fueron siendo desechadas y ya no se utilizaron para terminar ese edificio que nadie tampoco explicó por qué había sido abandonado. Simplemente sucedió. Quizás tuvo 52 que ver el progreso, o los cambios que parecían infinitos y absurdos. La cosa es que sin comprenderlo jamás, la razón de su existencia se convirtió, en realidad, en una carga para alguien más. Tampoco se animó a preguntar por qué nunca vendieron las máquinas no fuera que se les fuera a ocurrir hacerlo. Y es que las máquinas lo eran todo para Amador Caudillo. Sus formas grises, aún enlodadas y frías al tacto, le recordaban algo cálido que tuvo un día pero no lograba precisar qué era. El silencio era lo más acogedor que le brindaba cosa alguna porque Amador nunca había soportado que nadie le dijera nada que lo contrariara. Así, las máquinas significaban para él, la mejor compañía y le eran tan queridas casi como sus bestias. Los tres perros que acompañaban cada paso que daba Amador se habían ido convirtiendo en su familia. La verdad era que toda la bulla que los infelices hacían en algún momento, aparte de cuando lo saludaban, era el relajo de los ladridos cuando el corredor pasaba y la feroz acometida con la que atacaban al susodicho en un elaborado y hasta ridículo intento de defenderlo, levantando todo el polvo del predio. La mayoría del tiempo, si ladraban, eran ladridos de pura alegría cuando lo veían entrar de regreso de sus vueltas por el bosque, que más que bosque parecía jungla. Los perros dormían al pie de la cama sin molestarlo nunca y los ruidos que hacían se parecían tanto a los suyos que ni inmutaban su sueño. Caminaban siguiéndole a donde fuera y al ritmo exacto de Amador (el cual sorpresivamente parecía haber ido variando con el tiempo, ya que recorrer el predio le llevaba bastante tiempo más que antes). Nunca le desobedecían y mucho menos le gruñían si algo no les parecía. Comían lo que él les compartía de su propio plato, mordisqueando de sus mismos dedos los trozos que les ofrecía y con su pelaje y su calor, casi humano, le brindaban compañía suficiente para sus noches de frío. –¡Tránsita! ¡Menjurje de razas! ¡Vení para acá! ¡A ver sentate aquí!– le decía a la perra negra mientras la acariciaba torpemente. La Tránsita todavía mordía a veces a pesar de ser la más vieja de los tres. Había estado con él desde que le entregaron las máquinas, ya que era parte de la guardianía. A los otros dos, al Machu Pichu y a la Venada los recogió del bosque en diferentes oportunidades y nadie nunca los reclamó. El Machu Pichu era el más manso de todos, aunque podía a veces ser un poco rastrero, cosa que se entendía pues sus orígenes eran bien obvios. Era una mezcolanza completa de salchicha y quizás french poodle, lo que explicaba sus aires de perro faldero que dificultaban identificar si era macho o hembra. La Venada era la más rebelde. Jodía todo el santo día pero Amador ya se había encariñado con ella y le resultaba muy difícil siquiera pensar en deshacerse de ella, aún cuando constantemente lo fastidiaba jalándole los pantalones para lograr su atención. Flacucha y de patas largas, era veloz para salir corriendo, aullando lastimosamente si Amador le pegaba un par de aquellos gritos que habían hecho temblar a otros menos valientes. Pero leal como ningún otro, la Venada regresaba cada noche a echarse junto a él, con un suspiro largo que le perdonaba todo. En fin, había llegado la hora de levantarse. Eran ya las 5:30 y había muchísimo que hacer. Lo que hacía era importante. Él lo sabía. Mucho dependía de él. A veces se engañaba pensando que muchos dependían de él, pero la verdad era que ni siquiera las máquinas dependían de él, pues en su lenta y determinada descomposición, lo único que hacían era ser cómplices en el propio desahucio de Amador. La joroba ya empezaba a notársele, pero nadie en realidad lo notaba porque no había nadie para notarlo. Los años iban cobrando lo vivido. Los dientes amarillentamente grises, la calvicie incipiente sobre su rostro mustio de tanto fumar, el chaleco azul todo raído que le había regalado Blanca, tampoco los notaba nadie. Sus pantalones desgastados y manchados que ya nadie lavaba, sus botas de hule rotas de la suelas por donde el agua de los charcos se le colaba, su pipa ennegrecida por el tabaco barato que ya casi no se conseguía, también se desvanecían en el olvido de ese lugar por el que casi nadie transitaba. Los perros aún aletargados por el sueño y apenas terminando de estirarse, salieron despetacados al olfatear su presa. –¡Ya viene ese otra vez! ¿Será que no se cansa?– se preguntaba mientras se alisaba  la barba con los dedos, preguntándose perplejo por qué el tipo insistía en coquear a la Venada. El corredor pasó frente al predio acelerando el trote significativamente mientras le gritaba unas puyas a la Venada y apenas alcanzó a levantar la mano en un gesto de alegría saludando a la vida. Amador le devolvió el saludo mientras sosegaba a gritos a la Venada resintiendo el alboroto. En realidad, dentro de su mundo apenas si registró el saludo. Tampoco él notaba ya lo que pasaba. En un recoveco de su cerebro se estremeció la certeza de que si, quizás en los últimos cinco años, la única persona que parecía reconocer que existía, era este corredor. Blanca, su Blanca, a la que verdaderamente nunca había amado como ella necesitaba, se había muerto de tristeza esperándolo en la tierra que los había visto nacer. Tanto lo había querido y tan grande era su añoranza de un hogar junto a él, que, sin apenas darse cuenta, se dejó consumir al otro lado del mundo, soñando con el que nunca había querido llegar, hasta que una tarde, doblándose sobre sí misma, cerró los ojos y nunca más los volvió a abrir. Sus hermanos, seguramente en persecución de otras quimeras, nunca llamaban y los amigos de antaño, uno a uno, habían ido colgando los guantes, entregándose renuentemente al Creador. Amador cosechaba lo que había aprendido a sembrar. No podía ser diferente y tampoco podía haber dado más, pues ya había dado demasiado. La verdad es que al vivir, Amador realmente se había terminado a sí mismo dándose de forma tal que nunca llegó a percatarse que sus propios sueños ya los había logrado, con uñas y dientes, mucho tiempo atrás. Por eso, las máquinas eran vitales. Había que moverlas de nuevo de lugar. Había que sacudirles el óxido. Había que desempolvarlas nuevamente. Había que contarles el kilometraje y medirles el aceite; calibrarles las llantas y apretarles las tuercas. Pulirlas de nuevo, contarlas y volverlas a contar y tenerlas listas. No fueran a necesitarlas algún día.  Se levantó renqueando por la gota. Sus carnes fogosas de antaño, se habían convertido en pellejos que colgaban como telones de un acto que termina. Jaló una tortilla mohosa y se la zambutió de un solo, logrando apaciguar los gruñidos salvajes que parecían reventar ese estomago con ínfulas de abril. Salió de la casita al predio baldío que era ya tan parte suya y enfrentó el sol de cara, ufano en su soledad e impertérrito ante la vida real que es el vivir. El frío que lo rodeaba alcanzaba la médula de sus huesos que ya empezaban a volverse polvo. Pero para Amador lo único que existía era ese día, ese momento. La muerte no era ni había sido nunca parte de su agenda. Así que, negando lo que sus entrañas le gritaban, Amador se dirigió a sus máquinas que parecían decirle –Aquí estoy esperando, ven y ámame Amador–. Y Amador abrazándolas, las amó más que a nadie



Miami 2006