Todo el que disfruta cree que lo que importa del árbol es el fruto, cuando en realidad es la semilla. He aquí la diferencia entre los que creen y los que disfrutan - (Friedrich Wilhelm Nietzsche) –
De aquel nogal fuerte y grandioso colgaba ya el último fruto, escondido entre las ramas mas altas y protegido entre el follaje mas verde, grueso y tupido, crecía mi fruto, distante aun del cielo, ajeno a toda la tierra, libando la savia del tronco que le daba la vida. El tronco cansado ya, renunciando ya, esperaba todo en sus frutos así como la naturaleza sabia y eterna, ordena la vida para que se de la vida…
Inalcanzable para el hambriento, inaccesible para el sediento , crecía y sus colores mostraban la plenitud de la primavera y el principio del verano que se acercaba galopante.
Pocos lo lograban percibir de tan alto que se encontraba y así, el se sentía seguro.
Así, podía sentir mejor la brisa, sentir mejor la lluvia, sentir mejor los rayos de sol acariciarlo sin que nada perturbara sus días, sin que nada lo amarrara a su destino. Vivía… A veces, escuchaba a lo lejos las risas de los niños, a veces, se quedaba lo suficientemente quieto para poder acariciar la música que provenían de cantos lejanos y ajenos sin que ello dejara en el mayores secuelas y algunas noches, sin que se diera cuenta, hasta las alas de los ángeles rozaban sus mejillas cuando estos salían a jugar. Despertaba al día siguiente con la sensación profunda e infinita de haber conocido el porque de todas sus preguntas (aquellas que tímida y calladamente se asomaban en las tardes de hastío cuando dormitaba su incansable ambición de no ser desviado de su camino hacia “Alli”) pero pronto lo olvidaba en su empeño de no ser lo único que al final podría verdaderamente ser: un fruto nacido de una semilla, repleto de semillas de vida. Había visto caer los otros frutos, podrirse unos en la tierra, otros ser recogidos y devorados, otros ser abandonados y despreciados. A el, eso no le pasaría nunca
Adentro de el se gestaban sus semillas, semillas generosas y prometedoras, las que guardaban su esencia, las que mantenían su savia, las que esperaban…
Pero mi fruto jamás soñó con ser a su vez raíz, tronco, rama y follaje, jamás quiso dar sombra ni descanso, ni compartir su frutos propios, ni vestirse de colores, ni rodearse del zumbido del aletear de pájaros, mariposas y abejas en un día soleado de verano. Lo irrelevante como la vida y el sentir no tenía importancia; importancia tenia perdurar y ser inalcanzable y ni el universo repleto y vibrante de primavera lo convencería jamás. Vino el otoño, y luego el invierno, y pequeñito como era, mas pequeñito se volvió, se quedo tanto sin vida que, arrugado y seco, finalmente un día la rama lo soltó.
Cuantos hay en esta vida que plenos y cargados de promesas como el fruto que no cae se reservan para si mismos sin realizar que “ dando es como recibimos, perdonando es como somos perdonados, muriendo es como nacemos ”. No está en ninguna naturaleza quedarse encerrado, aunque el abrirse signifique dolor y pérdida.
La única forma de vivir ha sido y será siempre, soltar la rama, caer estrepitosamente, pegarse el somatón que toque contra las ramas mas bajas y finalmente contra la dura y árida tierra si eso es lo que toca, herirse de muerte por una vez al menos, rajarse y rodar valientemente hacia laderas mas verdes; y permitir darse y esperar que las semillas den el fruto que alguien mas cosechara a su vez un día.